¿”Manejamos”nuestras emociones?, ¿o las “controlamos”?, ¿está bien expresar siempre las emociones o en algunos momentos hay que regularlas?, ¿son nocivas las emociones?, ¿todos sentimos de la misma manera cada emoción? ¿cómo es el proceso que lleva de un estado emocional a otro?, ¿lo que se nombra es la emoción o es otra cosa? ¿cómo se relaciona lo emocional con lo cognitivo?, ¿cómo articular el trabajo con las emociones en la cotidianeidad del trabajo docente?, ¿cómo puedo aportar a transformar la violencia?
Estas son algunas de las tantas preguntas que he ido recogiendo a lo largo de cursos y talleres con docentes y facilitadores de diversos niveles educativos, y que funcionarán como “guía” para los textos que iremos compartiendo en este espacio.
Cuando hablamos de emociones, me parece que nos sirve recordar que la mayoría de nosotros no hemos recibido educación emocional. Podríamos decir que somos, o hemos sido de algún modo, “analfabetos emocionales”, y que de manera autodidacta nos hemos ido “alfabetizando”, aprendiendo como pudimos, a manejar nuestras emociones.
Si los seres humanos tenemos una infinita sed de expresar nuestras emociones, de estar en paz con nosotros mismos, de amar y ser amados, y si las emociones son el “motor” de nuestras vidas, ¿por qué en las instituciones educativas, de los diversos niveles, no se considera la necesidad de educar las emociones?. En el pre-escolar,se da cierto espacio a lo emocional, pero a medida que avanzamos en los niveles educativos, este espacio se va achicando hasta desaparecer, como si ya no fuéramos seres emocionales cuando crecemos.
Tal vez esto sea porque hasta hace unas pocas décadas, no se nos había ocurrido, como cultura occidental, que podía haber ciertos “mapas”para manejar nuestra mente y nuestras emociones. Quizás porque dábamos por sentado que así como nuestros intestinos o nuestro estómago funcionan solos, con nuestra mente y nuestras emociones pasa lo mismo. Sin embargo, no es así, la mente y las emociones las manejamos nosotros, y esto lo podemos corroborar si nos observamos profundamente. También podemos corroborarlo si nos acercamos al conocimiento que los orientales nos brindan (los budistas, los taoistas), quienes vienen estudiando la mente y las emociones desde hace más de 3000 años, o si leemos los hallazgos que vienen haciendo las neurociencias desde hace unos 50 años.
Somos una maravillosa y compleja estructura, que estamos develando poco apoco, con el aporte de las diversas sabidurías ancestrales y también de las más recientes. Estamos dotados de sentidos, que nos permiten percibir el medio, ver, oír, oler, degustar los alimentos. Y cada uno de estos sentidos nos lleva a experimentar todo un abanico de emociones: veo una persona amada, y la ternura y la alegría recorren mi cuerpo; un@ compañer@ me falta el respeto, y sale mi agresividad,mi enojo, para ponerle un límite; estoy en la selva y escucho el sonido de una víbora, me lleno de miedo, mi corazón se acelera, y salgo corriendo; al cruzar una calle un niño se adelanta y lo está por atropellar un carro, saco entonces mi agresividad, lo agarro de un brazo y bruscamente lo tiro hacia atrás, liberándolo de ser atropellado. Así, cada emoción nos informa de “algo” que necesitamos. Es energía que se mueve dentro de nosotros, a partir de un estímulo, interno o externo. Podríamos decir que las emociones son “mensajeras”.
Hay una creencia muy generalizada en nuestra cultura, de que hay emociones “negativas” y otras “positivas”, es decir que hay algo en nuestro interior que está “bien” y algo que está “mal”.Y que esas emociones que no nos gustan, es necesario eliminarlas,negarlas, esconderlas. Pero todos sentimos miedo, enojo, tristeza,ternura, alegría, efecto, dolor, por más que queramos esconder algunas de estas emociones. Hay familias donde no está permitido(implícita o explícitamente) demostrar la ternura, en otras familias no se admite mostrar enojo o la vulnerabilidad, y si formamos parte de alguna de estas familias seguramente aprenderemos a negar, a esconder, a tratar de no demostrar estas emociones.
Cuando nos observamos en profundidad, podemos ver que todas las emociones están presentes en nosotros, algunas pueden gustarnos, y otras no, pero si nos salimos del “está bien” o ”está mal”, y las miramos desde diversos ángulos, podemos ver que cada una cumple una función útil dentro nuestro. Las emociones simplemente son y cada mensaje que nos traen puede sernos útil, somos nosotros quienes decidimos si queremos hacer caso a esos mensajes o dejarlos guardados en el cajón, haciendo como que no existen (tod@s hacemos o hemos hecho esto alguna vez…). La cuestión es que por más que intentemos ponerle llave al cajón, para que no salgan, de todos modos en algún momento van a salir, se van a expresar del algún modo. Y en ese caso es posible que lo hagan explosivamente, con una intensidad desmedida. Cuántas veces nos ha pasado, por ejemplo, eso de no expresarle a una persona algo que nos enoja mucho, y un día, “explotamos” y le decimos todo de golpe y desmedidamente enojad@s?
El cultivar y cuidar las emociones, es algo que podemos practicar a diario, como lo hacemos con las plantas, que las sembramos y a diario regamos. Como todas las artes, se aprende paso a paso, y también se puede guiar a otr@s para que lo aprendan. El aceptar que nuestro jardín es diverso, que contamos con una amplio abanico de emociones conviviendo dentro nuestro, nos puede ayudar a tener más confianza en nosotros mismos y a responder mejor a las diferentes situaciones a las que nos enfrentamos diariamente. Podemos aprender, a cualquier edad, ese arte de ser jardiner@s de nuestras emociones, aprender a contactar con cada una, a darles un lugar dentro nuestro, a modularlas, a no permitir que se conviertan en un peligro para nosotr@s o para los demás, a leer los mensajes que cada emoción nos trae, y poder identificar así qué estamos necesitando. Y en este arte podemos seguir profundizando a lo largo de toda nuestra vida.
Un cálido abrazo,
Silvia Holz